viernes, mayo 28, 2010

Ni príncipes ni mendigos


“La victoria tiene mil padres…la derrota es huérfana”.

Tal vez esta frase, atribuida a Napoleón Bonaparte refleje con la mayor claridad las discusiones tenidas por nuestros dirigentes en los últimos meses.
Los que gobernaban culpan a los partidos; los que dirigían los partidos culpan al gobierno. Otros, soterrada o abiertamente, a las bondades del candidato. Y los mas soberbios, desgraciadamente muchos, creen que la causa de la derrota hay que encontrarla en “la incapacidad de la gente para darse cuenta lo bien que lo estábamos haciendo”.

En cualquier caso, hay un patrón común en estas apreciaciones. Siempre las culpas están en los otros nunca en nosotros mismos.
Así parece ser entre los democratacristianos. La derrota del 70 no generó aprendizaje sustantivo. Menos la pérdida de la democracia el 73. Al comienzo del régimen militar, nuestro Partido, dividido entre los que descorchaban champaña y los que empezaron a sufrir los horrores de la dictadura, prefirió esconder la cabeza como el avestruz y no tomarse la molestia de sincerar las propias responsabilidades cuestión que nunca quisimos hacer. Fue mas fácil cargarle todo al mal gobierno del presidente Allende y nada a la incapacidad de mantener nuestras convicciones, “cuando conviene y cuando no conviene”, como aconsejaba el Cardenal Silva Henríquez.

Hoy no tenemos derecho a hacer lo mismo. Ningún análisis serio dejará de reconocer que esta, más que derrota, fue la consecuencia de la incapacidad para observar, con un mínimo de humildad, el clamor de amplios sectores de nuestra sociedad que nos pedía, al final a gritos, que cambiáramos de rumbo. No sólo de forma, no solo de estilos o prácticas.
Desde la elección del año 1989, la Concertación perdió casi 600 mil votos. La Democracia Cristiana cayó en más de 930 mil. Dicho de otra manera, perdimos todos los votos que bajó la Concertación y nos alcanzó para regalar casi 240 mil a nuestros adversarios. Curiosamente, en el mismo período, nuestros aliados mantienen sus rangos de votación e incluso la incrementan.

Es imposible entonces no admitir que seguramente nos hemos equivocado mas que otros.
Una razón evidente para cometer tanto error fue la costumbre de eternizar a los mismos dirigentes, en la dirección de los partidos y en la administración del gobierno.
Las sillas musicales fueron un ejemplo que reflejaba esta conducta insana, insensata e injusta.

No es posible pensar que serán, esos mismos dirigentes los que puedan encabezar la renovación que el partido necesita. Al contrario, ellos son solo el rostro de un fracaso anunciado que no refleja las aspiraciones de nuestros militantes y simpatizantes que quieren volver a reencontrase con un proyecto de utopías, de testimonios, de sueños y verdades.

La necesaria renovación debe ser de verdad. No se hace buen vino en odres viejos.
No seguiremos a quienes quieren que continuemos haciéndonos los lesos, para que no reflexionemos, hasta el dolor, acerca de nuestras responsabilidades en la derrota. Es muy difícil encontrar, en la historia, generales derrotados conduciendo a sus pueblos hacia el futuro Eso solo sirve para eludir las responsabilidades. Llegó la hora en que en la Democracia Cristiana nos acostumbremos a asumirlas.

Esa es la exigencia de la ética, tantas veces pregonadas y tan pocas asumidas.
Durante la segunda vuelta electoral prometimos casi todo lo imaginable: Aumento de la subvención escolar; nueva reforma tributaria; devolución del 7% a los jubilados; aumento del royalty; economía verde; seguro estatal para los créditos hipotecarios; nueva Constitución, etc., etc. y etc.

Todo esto se ofreció cuando veíamos la elección compleja y de resultado incierto.
Pero nos fue imposible contestar porqué, habiendo gobernado 20 años no hicimos lo que ahora prometíamos.
Se han intentado mucha explicaciones, que ni nosotros nos creemos.
Hay elementos, sin embargo, que tenemos obligación de reconocer: Soberbia llevada al extremo; primacía de la economía sobre la política; pérdida de la visión de Justicia Social que estaba en la esencia de la Democracia Cristiana; elitización de nuestros cuadros dirigentes; debilidad frente a los actos de corrupción de muchos de los nuestros; negación sistemática de escuchar a los otros; horror por la participación ciudadana; negación de la existencia y derechos de las minorías.

Frente a estas cuestiones, hay algunos que prefieren hacer el listado de los logros de nuestros gobiernos. Ellos son innegables, muchos y contundentes. En 20 años cambiamos para bien la vida de millones de chilenos.
Pero así como hay que reconocer aquello y defender ese legado, lo honesto es también hacerse cargo de los pasivos
Así lo reclaman los jóvenes que ilusionados entran a la educación superior y luego deben retirarse de ella por la incapacidad de financiar el total de la carrera; o las mujeres pobres, que siguen pariendo en algún baño de hospital; o los viejos, que prefieren creer en Piñera, con su mentirosa devolución del 7%; o las temporeras, que siguen orinando en las acequias y comiendo en el suelo; o los miles y miles de microempresarios, verdaderos emprendedores, que van de una promesa a otra, sin encontrar todavía la mano solidaria de un Estado burocrático para ellos tan lejano.

Mientras tanto, la concentración de la riqueza llega a niveles que superan todas las fronteras de la ética, no así las del pudor de los que ostentan de ella con vulgaridad y descaro. Al momento de la derrota ya no teníamos razones ni argumentos para volver a hacer soñar a nuestros ciudadanos, para llenar de esperanzas futuras el saco lleno de frustraciones de los chilenos a quienes seguíamos tratando de convencer con el único argumento de lo bien que lo habíamos hecho. Y la gente nos cambió.

Y entonces, aquí estamos, donde el pueblo nos colocó. En la oposición, aunque a algunos les cueste acostumbrarse.
Tomemos las banderas del V Congreso, pregonan algunos, después de hacerse los lesos con sus conclusiones, durante más de dos años, o actuar derechamente en contra de sus acuerdos.
Encerrémonos, con más soberbia que antaño, volviendo la mirada hacia la derecha, añorando el vientre matriz, nos dicen los que se sienten escogidos.
Quienes suscribimos este llamado a la reflexión no nos sentimos los escogidos por nadie, ni por nuestra sangre ni por nuestros apellidos.

Sin embargo, seguimos creyendo en el mensaje de justicia para los pobres y excluidos; seguimos creyendo en la Democracia Cristiana como un instrumento político insustituible para transformar las estructuras de una sociedad injusta, y, por cierto, seguimos creyendo en la amistad cívica de Maritain, que nos llama a construir con otros, la sociedad humana que soñamos con mas igualdad, democracia y fraternidad y cuya máxima expresión entre nosotros, reflejara el maestro Castillo en su documento Patria para Todos, en momentos tan difíciles.

Si camaradas, PARA TODOS, sin exclusiones.
El principal activo que se tiene al ser oposición es la oportunidad de actuar en función de las propias convicciones. Claro, para ello hay que tenerlas, lo que no es poco .Nosotros las tenemos.
Es imprescindible preguntarse a quién queremos representar.
Para nosotros, la respuesta es clara y sin ambigüedades. Queremos representar a los excluidos.
A los que no les llegó nunca la alegría.
A los que siguen estando en el 10% de cesantes.
A los 800 mil chilenos que creyeron en nuestras promesas y que luego nos abandonaron, después que nosotros los abandonamos a ellos.

A los homosexuales; a las etnias originarias; a los que trabajan a favor del medio ambiente, a los niños agredidos; a los miles de jóvenes que se refugian en la droga como mecanismo de negación de su miserable realidad; a los millones de chilenos que sufren el robo legalizado de grandes compañías de retail o servicios básicos; a los que nacen en zonas apartadas y saben que solo mirarán el desarrollo por televisión.
A los chilotes sin su puente; a los campesinos y modestos agricultores de la zona central que son desplazados por la codicia de las grandes compañías agroindustriales; a los pescadores artesanales, que el mar se les hace cada vez mas angosto; a los pequeños mineros que deambulan hasta morir, esperando encontrar el sustento familiar rasguñando el desierto.

Volveremos entonces a representar entonces a quienes hoy nos ven lejanos.
Somos la oposición.
Somos depositarios de la esperanza de la mitad del país, que quiere que sus derechos sean respetados y sienten temor frente a un gobierno cuya orientación sólo favorece a los poderosos.
Seremos la voz de los chilenos mas humildes, que ya ven la humillación de quienes han vuelto a utilizar el Estado en su propio beneficio.

Seremos la fuerza que, sin ambigüedades convoque a todos los chilenos, sin fronteras, como cuando luchábamos por la democracia, para devolver la esperanza a quienes hoy se sienten abatidos.
Nunca mas las posturas sectarias, que añoran el camino propio.

Ninguna ambigüedad frente al Gobierno.
Seamos consecuentes. Dijimos hasta el cansancio que “no daba lo mismo quien gobernara”. Y hoy, algunos que aspiran a dirigir el Partido, creen que se puede ser, una vez mas, duro hacia la izquierda y blando hacia la derecha. Esa ambigüedad es la que ha llevado a la Democracia Cristiana a ser el partido que mas adhesión pierde en las dos últimas décadas. Y algunos todavía no se quieren dar cuenta.
Esas son nuestras convicciones. Esas son las convicciones que queremos como la ruta por donde transite el partido del futuro. Esas son las convicciones que deben tener quienes quieran dirigir este partido para que tenga futuro.

Si volvemos la mirada en esta dirección, no nos amarán los empresarios como a otros. Pero tampoco recibiremos escupos y chiflidos en un estadio que se suponía atiborrado de los nuestros, aunque nos queramos hacer los sordos.

No tendremos que volver a “encontrarnos” con los trabajadores. Ellos volverán a ser parte de nosotros.
No tendremos que hacer esfuerzos para “entender a los jóvenes”. Los jóvenes gobernarán nuestro proyecto. Los jóvenes, los de veinte y treinta, no nuestros “jóvenes de 50 y tantos”.
Tal vez así Frei Montalva; Tomic, Leighton, Reyes y Palma, Castillo y Bustos, nos podrán acompañar con una sonrisa, sabiendo que, pese a todo, parte de la semilla cayó en tierra fértil y que eso es bueno para Chile, el de siempre, el que soñamos, el de todos y con todos.